miércoles, 27 de mayo de 2009

La PAZ en una sociedad de conflictos

La paz, una palabra que a pesar de ser tan corta encierra tanto dentro de sí; una acción que demostraría nuestra parte más humana y racional; una meta que de ser alcanzada significaría el equilibrio y la estabilidad; un estado al cual la mayoría busca llegar.
Hay muchos conceptos que pretenden definirla, pero para este caso es oportuno recordar el que evoca el Presbítero Jordi Rivero: “la paz es la tranquilidad que procede del orden y de la unidad de voluntades; la serenidad existente donde no hay conflicto”. Bien dice el sacerdote algunos puntos clave para la paz: la unidad de voluntades y la inexistencia de conflicto, pero ¿Cómo podemos hablar de unidad de voluntades en una sociedad fraccionada, sectorizada y marcada por la división de sus comunidades? O ¿conservamos aun las esperanzas de lograr la paz en medio de una sociedad como la nuestra? Son preguntas que vale la pena hacernos de una forma más que crítica, de manera reflexiva.
Es bien sabido que ninguna región está totalmente desprovista de la posibilidad de conflictos armados, y nuestro país no es la excepción; existe un sinnúmero de precedentes históricos que han marcado el curso de estos conflictos, conocemos los sucesos ocurridos entre los siglos XIX y XX, crisis políticas internas, eventualmente derivadas en conflictos armados y guerras civiles; es importante rememorar también la progresiva amenaza del narcotráfico, el tráfico de armas y el crimen organizado, que han llevado en algunas ocasiones a enfrentamientos armados entre organizaciones criminales y las fuerzas de seguridad públicas, dejando como resultado importantes pérdidas civiles.
No podemos olvidar mencionar el creciente y lamentable problema que aqueja a nuestras sociedades, aquel por el cual se libran batallas injustificadas, y se forjan ideales sin sentido ni fundamento, un problema que parece ser el cáncer que heredaron las sociedades actuales de algunas comunidades precedentes: la intolerancia; ésta es, sin duda, una de las mayores causas y, a la vez, consecuencia de la mayoría de los problemas que se viven actualmente, y que se han vivido a lo largo de la historia, no solo de nuestro país sino de todo el mundo. Si vemos los titulares de la prensa, en cualquier parte de nuestro país, vemos cómo las primeras planas, casi diariamente, son ocupadas por noticias que a veces nos parecen absurdas, y que a cualquier ser humano dentro de sus cabales le cuesta entender: cómo puede un padre secuestrar a su propio hijo y luego matarlo; que sentido tiene que un hombre maltrate físicamente a su pareja por el simple hecho de negarle un beso, una noche juntos o una simple cerveza; cómo podemos soportar las agresiones entre hermanos o familiares, o entre vecinos de una misma comunidad. Y otra gran cantidad de casos expuestos en los diarios de las diferentes ciudades.
Es increíble la forma como nos mostramos ante las problemáticas actuales, parecemos haber tomado una actitud pasiva, y más que esto, hemos caído en el casi inhumano error de acostumbrarnos a todo lo que sucede, acomodándonos a las situaciones y exclamando un simple “pobrecito, mira lo que le paso” o la popular “pero que puede hacer uno contra esto, si ahora al que se queja lo matan”, y muchos de aquellos que se atreven a hablar solo confirman lo que plantean Andrés Serbin y José Manuel Ugarte en su texto Prevención de conflictos armados y sociedad civil en América Latina y el Caribe:
“Desde la perspectiva de la ciudadanía, en la actualidad, los conflictos potenciales se vinculan a la ausencia o debilidad de mecanismos institucionales de prevención desarrollados por el estado o los organismos regionales frente a la creciente violencia asociada, por un lado, a la inseguridad y al desarrollo de la criminalidad, y por otro, a la creciente polarización política generada por las desigualdades sociales y étnicas, la exclusión social, y la fragilidad institucional de los sistemas democráticos”
Es casi un axioma que siempre queremos buscar culpables para todos los problemas que nos aquejan, y más real aun que cuando se trata de conflictos públicos terminamos por señalar que toda la culpa la tiene el estado, sin saber que está en muestras manos propiciar los espacios idóneos para que empiece a labrarse el camino hacia la paz, aunque no podemos negar que la acción del estado es pieza fundamental para la resolución de los problemas a mediano y largo plazo, abordándolos y analizándolos desde las causas estructurales, hasta los síntomas, y mas allá, a la prevención de futuros problemas. Así como tampoco es innegable que la participación activa de la ciudadanía es fundamental para el abordaje, análisis y resolución de cada unos de los conflictos que afectan a nuestra sociedad, tal como decía el padre Rivero, tenemos como derecho y como deber unir nuestras voluntades, más allá de fraccionamientos sociales inútiles como posición social, etnia, edad, genero o lugar de origen, el plan de acción no puede vislumbrarse ni mucho menos comenzar a andar sin antes romper los esquemas que nos han encerrado en invisibles esferas de cristal impuestas por los limites de nuestras propias creencias.
Tengamos en cuenta las herramientas que tenemos a la mano para llegar a nuestro objetivo: tenemos la publicidad, la prensa, los programas públicos de tv, y tal vez la más importante: la educación. Recordemos la frase que nos dejo el Papa Juan Pablo II el 1 de enero del 2004: “Ante las situaciones de injusticia y de violencia que oprimen a varias zonas del planeta, ante la permanencia de conflictos armados con frecuencia olvidados por la opinión pública, se hace cada vez más necesario construir juntos caminos para la paz; se hace por eso indispensable educar en la paz" y si necesitamos más motivación, acudamos a nuestro actual billete de mil y observemos la frase que con tanta fuerza y con tanta convicción nos dejo Jorge Eliécer Gaitán: “el pueblo es superior a sus dirigentes”.
NUESTRA UNIDAD HACE LA DIFERENCIA.

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